sábado, 29 de agosto de 2009

Murió mi eternidad y estoy velándola


Entonces y cuando, dolor y paladar techaron nuestras frentes. Mi absorta amargura quedó atravesada.

El momento más grave de mi vida acontecía cuando dormía.

A la cabeza de mi locura, a los pies de cordura.

Beso con el beso que no sana este dolor, miro con la mirada que lo agudiza, hablo con el verbo que lo nombra.

La muerte se acuesta al pie de mi lecho.

El zumbido de la tristeza se adueña del aire para saludar a los que, tal vez hoy, decidamos morir.

Hoy sufro desde adentro, hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo que no tiene causa, pero tampoco carece de ella.

A este dolor le falta espada para anochecer y le sobra pecho para amanecer, y si lo pusieran en una estancia oscura, no daría luz; y si lo pusieran en una estancia luminosa, no daría sombra.

Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

Cuando alguien se va, alguien queda. Algo me identifica con el que se va de mí: su facultad de volver: de ahí mi más grande pesadumbre.

Estoy mutilada, no de un combate, sino de un abrazo, no de la guerra, sino de la paz.

Perdí mi rostro en el amor y no en el odio, lo perdí en el curso de la vida y no en la muerte...

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