Para ella, la ciudad parace un mundo porque ama a un habitante. Él ocupa un espacio en su alma y ella carga con las cosas hermosas que se han muerto y no puede restar la mitad que él es a su corazón. Todo lo que ama no es de ella y se le escapó. Tiene el bolsillo empapado de tantas palabras que nunca le dijo. A sus preguntas, él respondía con silencio. Incertidumbre.
Pero ella no olvida aquel deslumbramiento, aquella gloria del primer momento en que vio los ojos de él.
Se despidieron y ella creyó que el adiós estaba la bienvenida. La inundó la desilución, se llenó de desesperanza y enfermó de cobardía. Le dijo adiós para toda la vida, aunque sabía que toda la vida seguiría pensando en él.
La única certeza que ella tiene es que lo estará esperando siempre. Si se hubiesen querido un poco más, no habrían jugado tanto.
Ella lo quiso sin querer y hoy se pide disculpas a ella misma por ese sentimiento, por dejar de lado su orgullo y su dignidad por ese amor que no fue...
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