jueves, 10 de diciembre de 2009

Sos mi Rubí...


Yo vuelvo, sonriente, serena, tranquila. Pero con la tristeza bailando en mis pupilas. Vengo de uno de mis refugios de paz, allí donde mi ser no tiene que rendir cuentas a nada ni a nadie.

Pero mi Alma Condenada no puede evitar la pena. No esta noche. No esta fecha.

Ha muerto su Amor. Y a veces temo haber muerto yo con él.

Mi cuerpo se ha vuelto frío y distante. Rara vez deseo que lo acaricien, que lo toquen siquiera, y cuanto más tiempo pasa, más se agrava.

Mi mente me susurra que mi cuerpo no aceptará ningún calor que no logre hacer latir mi corazón. Con mis ropajes negros, el cabello suelto y ondeando en la brisa cálida del eterno verano de mi Cementerio, camino descalza por los senderos de mármol, a la luz de las velas que tililan desde las lápidas, las ramas y la hierba.

La serenidad le aporta sabiduría a mi sonrisa y a mi dolor. ¿Qué ofrenda conjurar? Ningún regalo me parece suficiente. Ninguno podrá demostrar la magnitud de mis sentimientos.

Y mi Alma Condenada no tiene ya su Rubí para ofrecerlo a la tumba de su Amor. Pero yo camino, silenciosa y tranquila, por la arboleda.

Encuentro un puñado de cristales rojos. Mis fragmentos, mi Rubí, mis esencias los reunieron... Pero no pudieron hacer más. Me miraron desde sus lugares, tras los árboles, con lástima.

Mi Alma Condenada sonrió y tomó los cristales en sus manos y los desplegó sobre los ojos alerta y los dedos ágiles. Y comenzó a encajar las piezas. Era un proceso lento, yo lo sabía. Harían falta tiempo y paciencia, y a veces alguna pieza volvería a soltarse, y a veces creería que no me quedaban fuerzas para proseguir la tarea, y a veces las lágrimas no me dejarían ver bien los cristales, y a veces tendría la tentación de girarme, y, quizás, ceder.

Pero eras mi Rubí, y ninguna otra joya llenará el hueco de mi pecho.

Vos sos mi Rubí…

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