Hoy me desperté a la mañana y no me movía, no quería moverme. Sentía que el sol me acariciaba y que lo odiaba por eso. Sentía que me enredaban las sábanas y no soportaba el contacto.
No quería abrir los ojos, no fuera que la realidad de un nuevo día volviera a asaltar mi retina, recordándome que sigo acá un día más.
No quería ver fotos que me recuerden tiempos mejores que ya pasaron. No quería verme en esas fotos y como siempre, preguntarme: ¿quién es ella?
No quería despertarme sin poder descubrir algo que me diga: viví por mí.
No quería abrir los ojos porque ya tengo la habilidad aprendida de retornar al sueño que me devuelve a la nada.
Nunca hay nadie en mi casa, nadie me reclama, nadie me necesita.
Siempre doy vueltas por esta casa para volver a la cama y taparme la cara llorando otra vez y preguntándome: ¿cómo puedo tener tantas lágrimas todavía?
Las pastillas no me abren la puerta de salida, pero me anestesian y me dan eso que necesito: la nada.
Estoy a un paso de la muerte y nunca salto la barrera que me separa de ella. ¿Me falta valor?
La muerte es un reino en el que no caben dolores, ni penas, ni llantos, un reino plácido para toda la vida.
Camino mar adentro esperando el final. El agua llega a mi vientre que puede dar vida, pero yo sigo caminando esperando la muerte. El agua llega a mi boca y estiro mis brazos, hoy me entrego...
Insultante sonrisa en los labios, vuelvo a ser bella hoy que ya no soy...
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